Amores tóxicos

Nota publicada en Revista “Aqui Vivimos”, enero 2009

Amar no es sufrir y los amores tóxicos no permiten entender que todos tienen derecho a ser felices. En esto, no hay magia ni cabe esperar que la gente cambie.
Es necesario superar esa debilidad que nos relaciona afectivamente con estilos patológicos.

En cuestión de amor, no hace falta aclarar mucho, la gente suele enredarse en relaciones contraindicadas. Es lo que el psicólogo Walter Riso llama amores tóxicos: “Estilos afectivos relacionados con determinados tipos de personalidad, que generan en el otro mucho sufrimiento y alteraciones psicológicas. Este tipo de relaciones representan el 30% en la sociedad”.
Ante esta tendencia mundial de llamar amores tóxicos, relaciones tóxicas, afectos tóxicos, a todo aquello que no nos hace bien y nos vuelve adictos, es que la psicóloga y terapeuta familiar sistémica Evangelina Aronne, propone examinar cómo estamos amando, partiendo de la base de que el amor se va transformando y persiste de manera menos apasionada y más racional, y la pareja es sostenida con proyectos propios y comunes.

“El amor maduro es una relación con bases firmes: confianza, respeto mutuo, admiración, comprensión, atracción física, conocimiento de los gustos del otro, cooperación, sentido del humor y existe intimidad, sensación de cercanía cuando están lejos, y la relación los fortalece y estimula a ambos, haciendo que cada uno desarrolle lo mejor de sí mismos. Estas bases favorecen la construcción y sostén de un hogar y, a su vez, pueden soportar los contratiempos y vaivenes propios de la vida. En contraposición están las relaciones que se vuelven tóxicas, en la que los efectos sobre la persona dependiente afectivamente de la otra son similares a otras adicciones o conductas de dependencia”, explica Aronne desde su experiencia como psicóloga.
Las adicciones son variadas: consumo de drogas, fármacos, alcohol, juego, Internet, trabajo, televisión, chequear los mails, controlar los mensajes de texto, al sexo, los dulces…, y en todos los casos uno siente alivio pasajero cuando consume ese objeto de deseo y luego se siente mal y peor por haberlo hecho. Y de no hacerlo siente abstinencia, es decir: ansiedad, falta de aire, desmotivación, angustia, dolor de cabeza, de estómago, frustración, fatiga, dificultad de concentración, irritabilidad, etc.
El adicto carece de referentes significativos, produce inseguridad, incertidumbre, falta de incentivos, inestabilidad laboral, invita a vivir el momento, provocando un vacío en las personas.
“A la relación de pareja también se la puede vivir como una adicción, por eso es que las dependencias afectivas son un motivo muy común de consulta en psicología. Una persona que vive una relación de manera adictiva necesita de un tratamiento con especialistas, un proceso terapéutico interdisciplinario, contención familiar y social, para poder salir adelante”, dice Aronne y, además, acota que a este tipo de consulta las hacen personas de toda edad, pero cada vez son más jóvenes y mujeres quienes se acercan al consultorio.

Pare de sufrir
Si se está inmerso en un vínculo de pareja que produce mucha pena y desdicha, que hasta hace que uno se desdibuje como persona en pos de mantener la armonía y la comunicación ficticia, es probable que formes parte de una relación tóxica, por lo cual saber desactivarla será muy útil para acceder a una vida emocional más satisfactoria.
“Una relación tóxica es aquella en la cual una o las dos personas sufren mucho más de lo que experimentan de dicha y placer por estar juntas. Uno de los integrantes (y en algunos casos ambos) se ven sometidos a un gran desgaste por tratar de sostener la relación”, define Merlina Meiler
Este tipo de vínculos provoca más insatisfacción que felicidad, y la sensación de bienestar que puede proporcionar en escasos momentos es muy efímera, ya que para vivenciarla es necesario silenciar o pasar por alto ciertas cosas que, de darles la importancia que efectivamente tienen, causarían un profundo dolor e incluso llegarían a poner en peligro la continuidad de la pareja.
Las relaciones ideales entre las personas son ganar-ganar. Una relación tóxica nunca puede catalogarse como tal, son de ganar-perder y, en muchos casos, las dos personas involucradas pierden.

Amar, dar, ganar. . .
¿Quién dijo que amar es dar sin ninguna clase de límites? En principio hay un límite bien claro, y es el respeto y el amor a uno mismo, que está por encima de todo lo demás. Si uno no se quiere ni se hace valer y ensalza a otra persona al punto de priorizarla por sobre el propio bienestar y estabilidad interna, incurriendo en sacrificios estériles, es que se está integrando una relación tóxica. Si la comunicación con otra persona nos pone decididamente mal, impide que uno desarrolle su potencial, genera frustración una y otra vez y hace que se releguen los deseos genuinos para uno, es que esa persona no sólo no suma, sino que resta.
“Amar con equilibrio es la clave hacia una vida emocional sana y placentera. Trae aparejado no permitir que persona alguna interfiera en otras actividades o áreas de nuestra vida, entender que es bien posible desarrollarse en lo que uno genuinamente desee, además de crear y disfrutar vínculos sanos con otras personas. No hay por qué dejar de lado nuestras expectativas, ilusiones, deseos y sueños por intentar sostener una situación que a las claras resultará insostenible, salvo que comprometamos nuestra integridad emocional, nuestra salud, el justo respeto que nos merecemos como seres valiosos que somos y el derecho legítimo a ser plenamente felices”, dirá Merlina Meiler, quien no es pesimista y considera que uno siempre cuenta con la posibilidad real de decidir cambiar los términos de un vínculo de pareja tóxico en el momento que se esté preparado (o preparada) para hacerlo: “Si te disociás del rol que asumiste en este vínculo (salvador, maltratado, quien-todo-lo-aguanta, perdedor, sumisa, etc.) la otra persona automáticamente cambiará su postura al tratarte, ya que no encontrará el mismo eco de tu parte. Por ejemplo, para que haya una persona en rol de victimario debe existir su contraparte, alguien que asuma el rol de víctima. Si uno de los dos desaparece, el otro pierde fuerza y cambia su postura… ¡se desintegra este par de roles! Asimismo, este cambio de roles y de conductas desactivará el poder que la otra persona tiene sobre ti”, ejemplifica Meiler.
Claro que no es fácil controlar las emociones o sentimientos, pero sí se puede elegir qué hacer y qué no hacer con ellos. Uno es libre para decidir qué clase de relaciones y de personas nos rodearán cada día.
Razones tóxicas.

¿Qué nos lleva a involucrarnos en relaciones tóxicas? Hay diferentes razones, las más usuales son :

    • La baja autoestima: Si nuestras creencias están basadas en sentir que no somos merecedores de la atención, el respeto o el amor de otra persona, quien aparezca será considerado nuestra tabla de salvación, a la que nos aferraremos con uñas y dientes porque, sin esta persona, ¿quién nos querrá?, o ¿quién pagará nuestras cuentas?, o ¿quién nos cuidará?

    • El creernos salvadores: Fantasear que nosotros podemos cambiar a esa persona, que hemos llegado a su vida para que se transforme en otra clase de ser humano, mejor, más como nosotros queremos que sea; suponer que con nosotros se comportará de una manera diferente a la que suele hacerlo, que lograremos que se operen modificaciones impensadas, son caminos de ida hacia el sufrimiento. Podemos ayudar a que otras personas cambien rasgos de su personalidad que las molesten, siempre y cuando se den cuenta de que este cambio los favorecería, decidan hacerlo y además quieran que las ayudemos. Lo que sí tenemos es la capacidad concreta de lograr que se produzcan cambios asombrosos en nosotros mismos si así lo deseamos.

    • Asumir el rol de víctimas: Quién nos va a querer o aceptar como esta persona que se digna a darnos ratos de su tiempo, o a convivir con nosotros, en definitiva, a darnos momentos de su (mala) compañía? El asumir este rol implica que estaremos aceptando a una persona que se comportará como victimaria.

    • La urgencia de muestras de cariño: Este tipo de deseo imperioso es muy mal consejero, y se suma a la necesidad de suplir carencias profundas. A veces da como resultado el tolerar cualquier cosa por un poco de lo que deseamos, como cariño (una demostración de afecto, sexo, un regalo), pero que en realidad encubre otro comportamiento de fondo (uso, abuso, egoísmo, maltrato, falta de respeto, etc.).

    • Estar acompañado a cualquier precio: El miedo a la soledad es el paso preliminar hacia una posible relación tóxica, ya que se tolerará -literalmente- cualquier cosa con tal de no estar solos. Y no hay mayor sensación de soledad agobiante que el creer que uno está acompañado por alguien que le va a hacer bien cuando no es así y esa persona no sólo no cumple con nuestras expectativas más esenciales sino que atenta (con marcado éxito) contra nuestra calidad de vida.

   • El aburrimiento: La búsqueda de nuevas sensaciones, de una manera de alejarnos de la monotonía o de la rutina puede hacer que sólo veamos una faceta de la personalidad de quien nos atrae -la divertida y agradable- que nos saca del letargo en el que estábamos, y no logramos visualizar el resto de la personalidad de quien nos atrae, en la cual hay comportamientos tóxicos que en un principio no identificamos.
Encontrar a alguien que tenga gustos similares a los nuestros es muy bueno y hasta se siente tocar el cielo con las manos, pero, si para compartir ese universo es necesario convalidar una relación tóxica, será muy difícil cortar el vínculo.

    • La necesidad imperiosa de cumplir algún rol social: como, por ejemplo, el de esposa/o, madre o padre, tal vez pueda hacernos priorizar el fin antes que ver a la persona que elegimos como realmente es. Algunas veces se trata por todos los medios posibles de enmascarar la realidad para seguir manteniendo las apariencias y la estructura social, aunque el costo interno suele ser demasiado alto.

    • El miedo a seguir avanzando en la vida: Si tenemos un vínculo con una persona que nos pone frenos o nos cercena en nuestro crecimiento y nos estancamos en cierta área de nuestra vida (ya sea personal, laboral, espiritual o profesional), ¿no somos nosotros mismos quienes aceptamos quedarnos en una zona conocida en vez de crecer, desarrollarnos, cambiar y superarnos?

TEXTOS: S.Z.

Agente tóxico: Los celos

La frustración de otras personas que nos ven como ganadores y se consideran a sí mismas como perdedoras, los impulsa a golpearnos mental y verbalmente, y a veces, incluso mediante la violencia física. También les lleva a involucrarnos en juegos molestos, palabras crueles y comportamientos sucios. Los celos o la falta de amor propio son la razón de muchos comportamientos negativos hacia nosotros, pero también la causa encubierta de conductas similares de nosotros hacia los demás.
Para reconocer las conductas tóxicas hay que mirarse a uno mismo o hacer que la otra persona lo haga. Quien es crítico hacia otro individuo debe examinar sus razones; una persona honesta normalmente encontrará algún motivo para sentir celos. Por ejemplo: poseer algo que el otro desea o le falta, o el sentimiento de que la otra persona tiene más o le va mejor.
La doctora Lillian Glass sugiere emplear ciertas técnicas para que los ataques emocionales de la gente tóxica no repercutan sobre nuestra salud física y mental. Para la experta, esto es una cuestión de supervivencia, porque buena parte del bienestar y éxito en nuestra vida dependen de que se mantenga nuestra fortaleza psicológica y emocional. A veces, para contrarrestar la toxicidad ajena o intentar que no nos afecte, se recurre al consumo de drogas, tranquilizantes o a la alimentación compulsiva. Pero ello sólo es una forma de autodestrucción inconsciente, que sólo ocasiona que esa situación negativa se agudice cuando han pasado los efectos, en apariencia placenteros, de esos métodos para huir de la realidad. Tampoco hay que responder con la violencia física, ya que las agresiones a los individuos tóxicos sólo consiguen convertir en víctimas a quienes en realidad son los verdaderos agresores, lo cual realimenta su papel negativo en nuestra existencia: es como intentar apagar un incendio echándole combustible.

Actitudes
En las relaciones sentimentales en que la unión es simbiótica, de apego excesivo y enfermizo, se observan ciertas actitudes típicas de dependencias afectivas como:
• Dificultad para poner límites.
• Ponerse al servicio de los demás, no reconociendo las propias necesidades.
• Minimizar, justificar y negar
los malos tratos.
• Creencia de no hacer nunca
lo suficiente.
• Sobreprotección, querer resolver problemas del otro.
• Represión de las emociones con tal de complacer y agradar a otros.
• Intentar retener a la persona con pensamientos de autoengaño: “Ésa es su manera de amar”, “se va a separar”, “nadie es perfecto” o “hay parejas peores”, “se va a dar cuenta de lo que valgo”, “intentaré nuevas estrategias de seducción”.
• Necesidad de dar continuamente para no sentir culpa, enojo o temor.
• Incapacidad de renunciar a la relación cuando todo indica que separarse es lo más conveniente.

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